viagr aboys

Desde su formación en Estocolmo hace una década, los suecos Viagra Boys se han ganado un lugar prominente dentro de la escena del punk (o post-punk) sarcástico e inteligente. Con la bandera de la barriga cervecera tatuada de su inefable frontman Sebastian Murphy, el sexteto ha entregado un puñado de álbumes entre el notable y algún sobresaliente, avalados por un arrollador directo lleno de mugre y furia.

En su ya cuarto trabajo, junto a los abrasivos ambientes sonoros que nos son familiares hay una encomiable voluntad de ampliar la paleta sonora e incluso de trascender su vena sarcástica hacia la introspección. Esto se ve desde la portada surrealista, con la búsqueda de una madurez compositiva parcialmente despojada de cinismo que a veces les va bien, y otras no tanto.

Lo cierto es que “Man Made of Meat” y “The Bog Body” están dentro de los márgenes de lo que mejor dominan: punk rock cabreado cuyos estribillos no por estar trillados dejan de ser menos efectivos. “Uno II” le pone un poco de sofisticación al asunto, con uno de esos bucles rítmicos que sirven de sustrato a las diatribas de Murphy en los que se han hecho expertos. “Pyramid Of Health” es rock decelerado con la gracia de los arreglos marcianos de viento y teclado, pero, la verdad sea dicha, sin demasiado fuelle. La trepidante “Dirty Boyz” recupera el pulso con uno de los momentos de rock bailable perverso marca de la casa, y que a buen seguro será imprescindible en sus bolos. La atmosférica “Medicine For Horses” es quizá lo más melancólico que han hecho nunca, pero funciona.

En la segunda cara, algo menos inspirada –y no porque sea menos directa que la primera–, arrancan un poco desganados dentro de su mundo (“Waterboy”), para ponerse ariscos y deconstructivistas (“Store Policy”) y retomar el pulso con el ritmo de “You n33d me”. Culminan el disco subrayando su lado hipnótico y con otro insospechado momento tierno con piano y voz (“River King”). “viagr aboys” tiene sus alicientes, pero da la impresión de haberse hecho un poco a espasmos. Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Que se lo digan a Mark E Smith, probablemente uno de sus faros.