Pues sí, el señor Michael Gira lo ha vuelto a hacer. Y cuando me refiero a esto es a la certeza de haber parido otro cosmos discográfico donde luz y oscuridad se nutren entre sí para crear un mastodonte atmosférico de irradiación sideral, al mismo tiempo que un basilisco de contundencia absorbente. Así queda plenamente ratificado en “The Healers”, declaración de principios a través de la que somos, de nuevo, testigos de una recontextualización pinkfloydiana del alma góspel, así como también somos inducidos a un tramo de esencia post-hardcore, alambicada entre el poderío industrial rítmico, repetitivamente obsesivo, y la cadencia desértica de un sonido que establece lazos de unión con la ética atmosférica del punk en slow-motion facturado por gigantes como Slint y Rodan.
Dicha plantilla sónica es la que Gira y los suyos han venido alimentando y experimentando desde su sembrada vuelta a la luz en 2010. En total siete LPs de estudio que conforman un Opus definitivo sobre las posibilidades del trance-rock. Las mismas que, una vez más, han vuelto a dotar de un lenguaje sublime de lo que para un servidor no deja de ser la reconfiguración de los estándares blues originales dentro de una consciencia chamánica, descorporeizada de anclajes matemáticos que frenen la tendencia natural hacia la pureza del mantra eléctrico. Eso sí, que nadie piense que Gira se ha olvidado de golpearnos en las distancias cortas, así como en sus épicas cabalgadas rock a lo The Gun Club que harían palidecer al Nick Cave más intenso, tal como queda de manifiesto en la segunda mitad de “I Am a Tower”, el single de adelanto.
En este sentido, “Birthing” es un epílogo mayúsculo a lo que ha sido la experiencia más profunda y sustanciosa dentro de los cánones del cosmic-rock en este siglo. Etiqueta que en el caso de los cisnes se queda pequeña, ya que, tal como queda nuevamente refrendado en estas casi dos horas de exorcismo alucinado, al hablar de estos Swans tenemos que hacerlo de una Torre de Babel sónica en la que doom metal y ritual medieval hablan un mismo lenguaje en el que tanto entra la dimensión oceánica del Miles Davis de la primera mitad de los años 70 como el Brian Eno ambient de sus años dorados, así como tantos otros tonos de una paleta, ineludiblemente, cuajada en un mural de proporciones tan intimidantes como profundamente empáticas en su concepción existencialista de la gramática post-hardcore.
Por si no había quedado claro, estamos ante otra demostración artística imperial como sólo los Swans pueden llevar a cabo. Más que suficiente, creo yo.
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