Validando los versos cantados por los Kinks en su exquisita canción, “Strangers”, donde señalaban esa robusta alianza surgida entre dos personas capaz de generar un solo camino, Ursula “Strong” y Koldo Soret son los dos firmantes de un trayecto común, Niña Coyote eta Chico Tornado, que sigue dejando a su paso un flamígero reguero de ritmos entonados bajo el rotundo son de tambores y corpulentos riffs. Líneas maestras de una banda que, tras un capítulo previo donde asistimos a su desdoblamiento a través de Don Condor eta Ñora Alacran, orientando su brújula sonora hacia latitudes latinas, recupera su habitual fisionomía pero sin despreciar el aprendizaje que dicho salto trasoceánico les proporcionó. El resultado vertido en su actual trabajo es por un lado satisfactoriamente continuista, en cuanto a su arrollador enunciado del rock más virulento, pero igualmente flexible a la hora de recapitular -e incorporar nuevas- habilidades para atravesar ese arenoso trazado ocupando todo el ancho de su camino.
Fieles y consumados artistas de la prestidigitación lingüística, de la que su discografía es un buen muestrario, su nuevo trabajo vuelve a servirse de la versatilidad idiomática para facilitar un doble acceso simbólico a este “Atea”; porque si por un lado su traslación al euskera, “puerta”, asume la invitación a adentrarnos en su actual estado musical, y a comprobar de primera mano su desarrollo, su interpretación castellana hace referencia a esa condición incrédula respecto a dogmas y grandes verdades, ya sean asumidas por el ámbito creativo como, sobre todo, en busca de ese orden social tantas veces convertido en cadena perpetua para cualquier aspiración emancipadora. Y si de aunar ambos sentidos se trata, nada mejor que hacerlo, a modo de felpudo que nos da la bienvenida a este irredento hogar, con el impetuoso y categórico tema inaugural, “Trash”. Una enmienda a la maldición bíblica encarnada en esa Torre de Babel llamada a entorpecer el entendimiento humano al reunir a un extenso catálogo de invitados (de Maika Makovski a Rodrigo Cuevas pasando por Los Zigarros, Bala, Le Ra o Waxy) que se sirven de su propia lengua para manifestar un mismo y expeditivo mantra: Todo es basura. Declaración de intenciones en fondo pero no menos explícita en su fórmula musical, administrada con un metal-punk, tan cercano a Anestesia como a Anthrax, que ejerce de tajante sinopsis argumental.
Si algo es seguro, y no hay espacio para la equivocación, en un disco de este dúo donostiarra es la reiterada aparición de piezas encomendadas a servir de jugoso alimento a un visceral engranaje eléctrico. Cuerdas agitadas con abrumadora vehemencia, que contrasta con un dibujo vocal más melódico del que también toma parte el bertsolari Jon Maia, en “Bidea elurpean” y destinadas a espolear, con la guía ejercida por Motörhead, el agitado y furioso destino marcado por “Killer”. Un encadenamiento de riffs que pese a su rudeza, interrumpida quizás en exclusividad por el toque glam-rock que destila una pegadiza y luminosa “Ezer esan”, también exhibe una ductilidad que se maneja con igual éxito entre el dinamismo de White Stripes en la composición titular, bien respaldada por un insistente bombo, o el psycohobilly espectral que envuelve a “Gure gau”. Diversas maneras de anunciar la tormenta que predice desde sus entrañas este trabajo.
Incluso el enmudecimiento de las cuerdas vocales en varios de los momentos no supone restricción alguna a la hora de desplegar con exactitud su mensaje, incluso se diría que, esa capacidad orgánica que define a esta formación, adopta su plenitud en unos interludios instrumentales que, si bajo otros firmantes podrían verse convertidos en un elemento decorativo sin trascendencia, en este caso sucede lo contrario, haciendo de “Oh, Yucca” el mejor ejemplo donde desplegar esa sonoridad stoner tan característica del proyecto -también aplicada a esa celebración fúnebre en la que se convierten tantas veces las fronteras reflejada en “Paradisua”- y haciendo de “Basque Panther Party”, con evidente referencia al movimiento revolucionario afroamericano, una clara reivindicación de la música como una más que apta herramienta política, apartando así de la ecuación cualquier casualidad respecto a su cercanía sonora con “Rage Against the Machine”. Tampoco hay espacio para la subjetividad en el propósito de “Tziroi”, que leída al revés nos ofrece el nombre de Ioritz, alusión en este caso al desaparecido amigo de la banda Ioritz Apaolaza y del que se puede escuchar su voz a modo de psicofonía ilustrada por los más luciferinos Black Sabbath. Oscuridad que trasladará su sombra hasta el post punk turbio y desafiante, digno de los también vascos Inoren Ero Ni, que tamiza “Ez Dut”, un inmejorable ejemplo del cada vez más atinado y personal manejo que de la fuerza sabe hacer este dúo, destreza más sugerente todavía de cara a convertirse en el espejo de ese paisaje en descomposición al que cantarle significa, de alguna manera, no darle la oportunidad de enterrarnos del todo.
“Atea” es una puerta que nos nos dirige a una única estancia, nos conduce a un espacio que, aunque responde a una muy identificativa fisonomía de la banda, también nos hace huéspedes de salones variados y alguno incluso inédito. Niña Coyote eta Chico Tornado entregan de esta forma un trabajo que exhibe su ya habitual rotundidad, subrayando su apabullante naturaleza, pera del mismo modo un hábil y flexible manejo de dicha ferocidad. Características que posibilitan erigirse a este actual repertorio como la banda sonora perfecta de ese escenario en ruinas sobre el que nos invitan a celebrar esta impetuosa danza.
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