Talkin to the Trees
DiscosNeil Young

Talkin to the Trees

7 / 10
Kepa Arbizu — 13-06-2025
Empresa — Reprise
Género — Rock

Acostumbrados a ceremonias de beatificación musical post-mortem, que figuras todavía erguidas sobre el presente adopten su carácter mítico solo puede ser consecuencia, más allá de condicionantes más o menos aleatorios, de una absoluta trascendencia artística. Un papel sin duda encarnado con total merecimiento por un Neil Young que además alimenta dicha naturaleza abasteciendo en paralelo su legado desde la actualidad y bajo una mirada arqueológica completando y ampliando su historia pretérita. Al mismo tiempo que rescata álbumes perdidos o desempolva archivos de su vetusto sótano creativo, su producción sigue acumulando composiciones inéditas; y si recientemente editó la banda sonora destinada a acompañar el documental “Coastal”, dirigido por su mujer, la actriz Daryl Hannah, y donde se recogía la gira del 2023, todavía más novedoso resulta un trabajo, "Talkin to the Trees", en el que despliega su ya representativa dualidad entre el frenesí eléctrico y el intimismo campestre.

Casi tan legendario como el nombre del compositor canadiense lo es sin duda su banda clásica de acompañamiento, unos Crazy Horse de momento en barbecho y ahora sustituidos, en su condición de sosias predilectos, por una formación, The Chrome Hearts, que tras esa nomenclatura inaugural -ya testada sobre los escenarios- se encuentra sin embargo la base de una escolta ya conocida que responde al nombre de Promise of the Real, corresponsables del resultado obtenido por grabaciones como “The Monsanto Years”, “The Visitor” o “Earth”. Reconfigurados a través de la sustitución de su máximo valedor, Lukas Nelson, por su hermano Micah, además acogen para la ocasión la presencia de otro ilustre, Spooner Oldham, vetusto colaborador, visible en los créditos de discos como “Harvest Moon”, que suma su contrastada aptitud en las teclas a esta noble celebración de la inmortalidad.

A estas alturas, que se traducen, si sumamos diferentes etapas, en una carrera dilatada a lo largo de de seis décadas, no tendría razón de ser anhelar un álbum que subvierta de manera rotunda la naturaleza musical de su autor, lo que no significa que su habitual ADN, hecho de conexiones talladas en oro, no sea sacudido por impulsos renovadores o al menos con un carácter menos complaciente de lo que se podría esperar. Esa batalla entre sensibilidad acústica y desenfreno eléctrico que dirime buena parte del trayecto histórico del canadiense, y en la que ahora ejerce como administrador de esas pulsiones el productor Lou Adler, habitual presencia en discos de melódica condición, como los firmados por Carole King o The Mamas & The Papas, aquí se extiende también a un aspecto lírico que fluctúa entre el recato bucólico o la sublimación de los pequeños placeres y las arengas sociales. Un compromiso político expresado explícitamente en la actualidad con su apoyo a Bernie Sanders y que se suma a un historial como enemigo declarado de Monsanto, las vampíricas plataformas de streaming o el afán bélico. Constantes que aletean alrededor de quien desde el salón de la Casa Blanca exhibe unos aires de grandeza que ocasionan el escalofrío del planeta.

Al igual que la mano tendida de un amigo, por mucho tiempo que haya transcurrido desde la anterior cita, siempre mantiene un tacto reconocible, la armónica que abre este disco representa un cálido e identificativo comité de bienvenida que a pesar de no constituir, ni su trote estándar de country ni su fraseo algo errático, una puerta de entrada a lo salones más granados de su repertorio, sí es representativo de la aspiración, aquí incluso con algo de almibarado homenaje a su prole, por generar un universo acogedor. Bucolismo que en el tema homónimo adopta un trazo orientado hacia un folk, bien guiado por el paso agazapado pero de humeante belleza practicado por el órgano, interpretado bajo esa característica fragilidad que acecha con quebrarse, cuerdas vocales que convierten su andadura por el desfiladero en estremecedor preciosismo. Espacios sonoros más ligados a las raíces tradicionales que tendrán su cenit en una “First Fire of Winter”, otra estampa hogareña perfectamente aderezado por el pedal steel, que escenifica ese camino de regreso a “Harvest” que, pese a haber sido recorrido en innumerables ocasiones, mantiene intacta su capacidad de acongojar, y en el magistral y elegante honky tonk de "Silver Eagle", palpable demostración de que los relinchos de su corcel cuando toma destino hacia esos paisajes melancólicos siguen emitiendo un eco sobrecogedor.

Probablemente sea en el apartado dedicado a aquellos contextos más cáusticos y enervados donde se aposten, quizás si exceptuamos el algo discordante intento de acercarse a una suerte de cosmopolita nocturnidad en "Bottle of Love", aquellos elementos que se significan como más innovadores o por lo menos cuantitativamente menos esgrimidos. Casi de igual manera, cuando el voltaje de los amplificadores aumenta su volumen, el discurso se vuelve más virulento y ácido, cosa que atañe incluso a una esfera más íntima, haciendo de "Dark Mirage" el reverso de esas luminosas instantáneas familiares al envolver el recuerdo de su ex mujer fallecida en una maraña de guitarras, afiladas como patibularias dentelladas que derivan hacia un llamativo estribillo de huracanada épica. Un paisaje hecho de cristales rotos, rastro digno de haber sido depositado por Tom Waits, que todavía será el suelo en el que dance la dislocada "Movin Ahead". Estridencias instrumentales que mutan para "Big Change" en una imponente estructura eléctrica sobre la que se apoya Neil Young, como si de un atril dispuesto frente a las masas se tratase, para lanzar una envalentonada y majestuosa declamación en favor de la responsabilidad individual generadora de movimientos colectivos. Dando continuidad a ese espíritu de furibundo predicador, "Lets Roll Again" se vale del dibujo melódico de “This Land is Your Land”, de Woody Guthrie, para transformarse en un rock and roll donde se manifiesta expeditivo respecto a esos magnates empresariales convertidos en asesores gubernamentales de nauseabunda gesticulación fascista. Revelación clarividente de que los pliegues en la piel del autor no se conjugan en absoluto con el adocenamiento ni el escapsimo ético.

Pero para un individuo que se acerca a la condición de octogenario, por mucho que siga derrotando a cualquier lógica temporal, es inevitable que su cancionero se afane en recapitular un itinerario vital que se maneja más en el recuerdo que en el futuro. Tampoco parece casualidad ni que la composición dedicada a dichos menesteres, "Thankful", cierre el disco ni por supuesto un ambiente sonoro instalado entre la tradición y el presente. Una constatación de que este nuevo disco en absoluto tiene vocación de regodearse en la complaciente estabilidad, encomiable actitud de quien no se conforma con una supervivencia más o menos digna, sino que se enfrenta a sus propios límites en busca de motivación. Una elogiosa determinación, sobre todo para quien cuenta en su biografía creativa con cotas insuperables, que por si fuera poco logra engendrar un trabajo de alto nivel todavía capaz de albergar algunos episodios de maestría incontestables. A pesar de haber habitado en múltiples ocasiones el parnaso musical, Neil Young abdica de la divinidad para entregarse a esa incertidumbre humana que todavía hoy le hace estremecerse ante el fulgor de lo cotidiano y enojarse por la huella despótica.

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