Otro disco que no parece un debut. Será porque Laia Cartró tiene treinta años: suficiente bagaje vital para mostrar solidez, y poco tiempo aún para haberse dejado ningún jirón de frescura por el camino. Puedes llamarlo folk pop o folk rock, comparar sus canciones con las de Joana Serrat o con la primera Alondra Bentley (son los dos primeros paralelismos que se me ocurren: todas cantan o empezaron cantando en inglés, y ella lo domina de sobra tras haber vivido en Estados Unidos e Inglaterra), pero lo que no podrás negar es la rotunda solidez que emana de estas ocho canciones que hacen de la sencillez y de la delicadeza todo un arte. Y con un sesgo pop de lo más radiante, con claros visos comerciales: hay mucha luz y apenas tormento en ninguna de ellas, ni siquiera en las que advierten sobre el paso del tiempo (“Getting Old”) o sobre la necesidad de aferrarse a los valores y convicciones propias (“Something To Hold On To”).
Todo está en su sitio: la producción, el bajo y los teclados de Magí Batalla en su estudio de Sao Paulo (las versiones embrionarias, solo voz y guitarra acústica, habían nacido en la bodega de la casa de Laia en Sant Sadurní), el violín de Michelle Melo y el cello de Rebeca Gomes. Nómina brasileira para un disco que podría haberse forjado en Nashville, en Richmond o en Portland. Y ninguno de sus cortes flojea, ni cuando fluyen tan diáfanos como un cielo sin nubes (“We Don’t Want To Know”, “Back To Dust”) ni cuando incurren en estructuras algo más complejas (“Winds”, “Calling Out Your Name”, “Body Home” y su arranque de dicción dylaniana). Un muestrario –nada disruptivo, eso es cierto; tiempo habrá para afinar y multiplicar aristas– de sentido y sensibilidad que solo puede augurar logros de empaque en un futuro próximo.
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