De divas y divos
ConciertosMallorca Live Festival

De divas y divos

8 / 10
Yeray S. Iborra — 16-06-2025
Fecha — 14 junio, 2025
Sala — Aquapark de Calvià
Fotografía — Estefanía Bedmar

Lo primero que uno aprende en un festival es que, por más cartelazo que haya, por más luces y sonido y food trucks con pad thai vegetariano a precio de caviar de esturión beluga albino, nada –nada– importa si no hay un cuerpo que catalice el show. Un icono. Un gesto. Una canción cantada a media voz. El alma de un evento así no se mide en decibelios, sino en presencia. Porque, en el fondo, todos hemos venido a ver divas y divos, aunque no sepamos que lo buscamos. En esta octava edición del Mallorca Live, de eso hubo un rato.

Quizá ser diva no sea tener hits. Ni bailarinas. Ni vestuario. Ni seguidores. Quizá sea sostener la mirada del público sin temblar. Quizá sea seguir saliendo al escenario aunque el cuerpo ande ya algo escacharrado. O hablarle a una masa de desconocidos como si fueran viejos amigos. Quizá sea desafiar el ridículo con capelinas de plástico. O cantarle al desamor con un ramillete de castañuelas.

La primera en encender el altar-divo en el festival isleño fue Nathy Peluso el jueves. Salsa, rap, neosoul… "GRASA" (25) es mucha tela. Y, como recordaba la organización del festival, ¡volvió a sonar “Ateo”! Como tras el mítico paso de C. Tangana por el evento tres años atrás. Pese al notable espectáculo, no sería hasta el viernes, con el asfalto junto al recinto todavía caliente de un largo día de profunda calima, cuando Rigoberta Bandini, apareció fuera de horario infantil como un cometa de laca rosa en el escenario principal tras veinte minutos de tensa espera. El público, de morro suizo, soltó algún abucheo, pero al final se entregó. Así son las auténticas divas: se hacen de rogar.

Rigoberta Bandini

Rigoberta llegó como una "Jesucrista Superstar" (25) de la posmodernidad: micrófono de diadema, bailarinas expresionistas y una estética camp llevada al paroxismo. Lo de siempre y lo de nunca. Es decir: un espectáculo que bordea la autoparodia, que se regodea en el exceso y que no tiene miedo a sonar ligero. A veces, incluso demasiado. Pero eso no impidió que epatara. Porque las divas son de muchos, y en ese plural está su poder. Aunque destrozara “Soledad” con nuevos arreglos. Entre canción y canción, salmos y coreografías y mucha jarana.

Más seria y de voz profunda, lo de Maika Makovski, también en viernes, unas horas antes, no necesitó ni bailarinas ni luces estroboscópicas para ejercer su divazgo. Es divazgo por oficio, parecido a lo de Sidonie o Dorian el jueves de arranque del festival.

Y volviendo a esa tradición de mujeres que se sostienen solas llegó también el sábado Judeline, que dejó atrás primeras veces en el evento, genuina pero más austera, y se plantó en Es Jardí con bailarines contemporáneos, castañuelas y frases afiladas entre temas: “La etapa de enamoraros de un chico que vende droga, os la podéis saltar”. “Chica de cristal” o “Zarcillos de plata”, qué belleza; el atardecer le dio el aura de actuación del año a la gaditana. Aunque los altavoces chisporrotearan, ella siempre tuvo gusto. Gusto y futuro.

Judeline

En el otro lado del espejo estaba Maximiliano Calvo (viernes), el divo maldito. El tipo que canta para sí mismo (esta vez fue, lastimosamente, así). Su bolo empezó con confesiones, como si cada canción le doliera un poco. Fue uno de esos conciertos raros en festivales grandes: calidad indiscutible y apenas un puñado de personas delante. El pop sin público es un oxímoron. Él, sin embargo, se despachó como si no importara, dignificando su turbulenta historia de vida. Chapó.

En cambio, Siloé se presentó como la versión menos interesante del divo: alardes vocales innecesarios, posturas teatrales sin alma, canciones que parecen construidas para encajar en la playlist del gimnasio. El público las celebró. A veces, lo confuso del divismo es que es contagioso. Donde no hubo dudas fue en los dos conciertos más multitudinarios: Iggy Pop (sábado), cuyo baño de masas sólo se pareció al de Antònia Font (jueves), bolo de despedida en el que el público –atestiguan los presentes– no cabía ni en una panorámica.

Ay, Iggy. Con su pecho surcado por varices, su voz aún afilada y sus movimientos, lastrados por la escoliosis, pero de espíritu absolutamente punk. Él no interpreta el papel de divo: lo encarna. Cada paso que da sobre el escenario es una reliquia. “A veces me digo: tienes que morir”, soltó. Pero ahí estaba, bebiendo de su botella reutilizable como quien sobrevive al apocalipsis habiendo pasado por el Natura. De “Gimme danger” a uno de sus últimos cartuchos, “Frenzy”... y todo el público sabiendo que estaba viendo historia de la música. Él es el divo que sobrevive a su propia leyenda. El que conoció de farra a David Bowie, Debbie Harry (maravillosa el pasado año en ese mismo escenario)... Intocable.

Bad Gyal también se hizo esperar, claro. ¿Esto no iba de divas? Pero cuando apareció, entre fuegos, como si no andara el termómetro calentito en Calvià, lo llenó todo. Cuatro bailarinas, una actitud entre el pasotismo y el algoritmo, y un show que empezó algo deslavazado, pero que se disparó cuando llegaron los hits. Mucha gente joven coreando cada barra. Preparación de gym mañana y tarde y descaro; todas las colabos las resolvió tirando las voces y ale. Pero también pop, en el sentido más profundo del término: lo que nos une a través del baile.

Bad Gyal

El público también se entregó a Alcalá Norte el viernes: Álvaro Rivas y su zamarra ventajista del RCD Mallorca, conquistando corazones. Pop sucio, directo, con carisma de barrio y actitud de “aquí estamos y qué”. Más que divos, compadres. Pero con una energía que a veces supera a los supuestos grandes nombres. La suciedad también tiene su glamour. Pasó también con Repion, el sábado, en un slot desagradecido, las hermanas cántabras fueron de las más disfrutonas del cartel guitarrero. Con cambios de instrumentos in situ, ataques eléctricos y buen rollo. No divas, no divos: banda. Banda como Biznaga, pasionales, sin ser los mejores en lo suyo, pero agradecidos y entregados.

Otras bandas divas: Mercury Rev. Que, pese a no poder con el arrastre de Iggy, se quedaron con un público mísero el sábado, flotaron entre lo empalagoso y lo mágico. Y para banda diva, Massive Attack (viernes): más demodé que el tabaco rubio. Su concierto fue un déjà vu de sus últimos años: gestos sin más contra guerras ajenas (atizaron contra Netanyahu), audiovisuales post-internet y guitarras tensas. Tan político como dormilón. Siguen peleando su batalla, aunque uno no sepa ya si estamos todos en el mismo campo. Suede, otros que luchan contra el tiempo. Anderson lo intenta todo: corre, grita, posa. El ímpetu no siempre basta.

Y ahí estábamos todos, como dijo El Kanka en la jornada de cierre del festival, celebrando el sinsentido maravilloso de un festival donde caben “Bad Gyal, Iggy Pop y –como vitoreó él mismo– El Kanka en el mismo cartel”. “Solo un loco prodigioso podría haber mezclado eso”. Y tenía razón. Su concierto, lleno de buen rollo, porros y familias, todo a la vez, sí, fue como un oasis. Un descanso. O una forma distinta de entender la conexión con el público: sin aspavientos. Más trovador que divo. Pero igual de necesario.

Horas después, con otro pelaje, pero la misma humildad como broche final, el gallego Baiuca puso en pie el mismo escenario Es Jardi. Su electrónica se está volviendo robusta con el paso de los discos y, pese a llevar coros y muñeiras como antaño, suena de sobras para cierre de festival. Si ser divo es ese poder de atracción, más de uno salió de allí gallego. Esperando ya con morriña al productor.

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