A veces, muy de vez en cuando, sales de una sala sabiendo que acabas de vivir algo que no se puede contar con justicia. Una velada que deja la extraña sensación de haber sido testigo de algo demasiado especial como para compartirlo con más gente. Como un privilegio reservado a unos pocos. Lo de Last Train en A Coruña fue una demostración de fuerza, precisión y entrega. Un directo que debería haber convocado a una multitud, si realmente existiera una cultura de sala asentada y curiosa, ya que lo que se vio sobre el escenario fue verdadera banda de estadio en potencia.
El público que se reunió en la sala fue modesto en número y, de inicio, algo tímido. Tanto, que la primera gran ovación no vino del público, sino del propio técnico de sonido de la banda, el único presente que era plenamente consciente de lo que se avecinaba. Bastó una canción —una sola— para que toda esa contención inicial se evaporase. Lo que vino después fue un alud de rabia elegante, distorsión medida y una interpretación emocional absolutamente desbordante.
Una escena en la que la figura de Jean-Noël Scherrer se impuso con una expresividad feroz. El vocalista cantaba como si en cada tema le fuese la vida, y el escenario, lejos de contenerle, parecía insuficiente para canalizar la intensidad de su voz. Mientras, sus escuderos ataviados de bajo, guitarra y batería ejercían como perfectos amplificadores de la catarsis que su cantante contagiaba al foso. Durante cerca de una docena de canciones, Last Train repasó su discografía con una seguridad abrumadora. Desde las más recientes del álbum “III” ([PIAS], 25) hasta otras pizas con más solera, el repertorio fluyó como un set cuidadosamente planeado.
La sensación era clara: estábamos ante una banda diseñada para grandes escenarios, que por obra y gracia de Mad Cool y Vibra Mahou aterrizó en una modesta sala coruñesa. Y eso también tiene su magia. Porque quienes presenciaron aquel concierto difícilmente lo olvidarán. Y porque, en un contexto donde a menudo se premia más el ruido que la sustancia, resulta profundamente conmovedor ver a una banda entregarse como si no hubiera un mañana, aunque el local no estuviera coronado hasta la bandera de fans acérrimos.
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